Acostumbrarse

Alicia Rodríguez, voluntaria de Recover en Camerún, cuenta cómo está viviendo la situación del covid-19 en el país africano

«No es mi primera vez en Camerún, ni quiero que sea la última, ni lo será. Parte de mi vida profesional y personal está ligada a este país y lo estará siempre, estoy segura.

Sin embargo, en ninguna de las múltiples veces que he venido a este país me había sentido tan extranjera, tan europea, tan lejana. Ni siquiera la primera vez que vine, cuando al salir del avión una bofetada de humedad y calor me golpeó la cara, ni cuando el olor a humo de coche y comida era lo único que respiraba. Olía a vida. Ni siquiera cuando era incapaz de procesar todo lo que veían mis ojos en el trayecto en coche hasta lo que iba a ser mi casa… Ni siquiera esa vez me sentí tan extranjera y tan lejana de mi país y del modo de vivir de aquí.

Y no es por desapego, desilusión o desencanto con este país. En absoluto. Siento más admiración que nunca por esta gente, por su modo de enfrentar la muerte y seguir adelante. Continuar.

Cada mañana, antes incluso de salir de la cama, miro el teléfono para cerciorarme de que mis seres queridos están bien y revisar las noticias. El recuento de contagiados, de recuperados y sobre todo, rezo a mi manera para que el número de fallecidos comience a bajar porque no puede uno acostumbrarse a tales cantidades de padres que no verán más a sus hijos, ni de madres que no mimarán a sus nietos, ni de nietos que no podrán despedirse de sus abuelos.

Vivo, desde la lejanía, con la preocupación de cómo estará mi familia, de cómo puede uno soportar no poder despedirse de un ser querido y con cierto sentimiento de traición a mi tierra, a mi país, por no acompañar en el encierro, en el esfuerzo y en el duelo por todos los que se están marchando. No debería uno acostumbrarse.

Y sin embargo, se acostumbra. Cuando se convive con la muerte día a día, no queda otro remedio que acostumbrarse. Y eso es lo que ocurre en Camerún.

La gente no deja de preguntarme cómo están las cosas aquí, si se cumplen las restricciones, si las personas respetan el confinamiento, las distancias, las medidas de higiene… Suele preguntarlo quien no ha viajado nunca a África subsahariana. ¿Cómo es posible que una “maman” se quede en casa sin trabajar cuando su modo de vida es poder vender sus montoncitos de aguacates diarios, o de cacahuetes? ¿Cómo es posible respetar las distancias en una casa de dos estancias donde viven una media de 5 o 6 miembros? ¿Cuántos pueden permitirse aquí realizar una provisión de víveres para varias semanas? ¿Cómo lavar asiduamente manos y ropa cuando una gran parte no dispone de agua corriente?

Hace unos días envié una foto muy bonita de un mercado a una familiar. Y se sorprendía de la cantidad de gente que había en él, preguntándome si no eran conscientes del peligro, si no les preocupaba lo que estaba ocurriendo.

Ese mercado no estaba tan concurrido comparado con otras veces. Sí se nota que hay menos gente en las calles, en los mercados… Muchas personas se han armado de sus mascarillas caseras, hechas con pagnes de colores e incluso a la entrada de muchos establecimientos te ofrecerán limpiarte las manos con gel hidroalcohólico. No se trata de imprudencia ni de despreocupación. Es que la vida sigue, y con ella la muerte. Y aquí la muerte se vive casi a diario.

En el año 2018, unas 400.000 personas murieron en el mundo de malaria. De ellas, más de 270 mil eran niños. Y esto sólo de malaria. En Camerún, además de esa causa, podemos añadirle diabetes, fiebre tifoidea, drepanocitosis, VIH, meningitis y así hasta llegar a una esperanza de vida  que ronda los 58 años. Se convive con toda naturalidad con la muerte.

Y ahí es dónde me siento totalmente extranjera en este país. Porque mientras yo vivo con estupor, preocupación y asombro lo que está ocurriendo no sólo en España, aquí se vive con resignación, porque la gente muere y el coronavirus será sólo una de las causas. Soy europea, no sólo porque lo dice mi pasaporte. Soy europea porque en la mayor parte de los casos, la gente enferma y se cura. No nos enseñan que la muerte forma parte de la vida misma.

Y esta lección los cameruneses ya la tienen aprendida. No se quiere menos a los seres queridos,  ni se vive con menos dolor. Los memes que circulan últimamente sobre los funerales en África no hacen justicia a cómo se cuida a los seres queridos y cómo se les rinde homenaje cuando fallecen. Pero se sabe, casi desde el momento en el que uno nace, que las personas mueren y que la vida sigue, aunque los demás no estén. Cuando las preocupaciones son tantas, no queda otra: acostumbrarse.»