Covid-19 en Costa de Marfil: la pandemia y la vida

«Los casos de enfermedad y fallecimiento por covid-19 se dan entre personas de clases altas y medias-altas»

Entrevista a Manuel Lago
Consejero técnico en el Centro Médico-social Walé, en Costa de Marfil

«Antes de entrar en el tema, desearía hacer algunas precisiones que me parecen necesarias. Tan necesarias que las hago casi siempre, cuando me piden que hable de cómo se vive o se piensa un problema en Costa de Marfil, mucho más cuando el asunto se refiere no a un país sino a África: se trata de la coexistencia simultánea de mundos bastante diferentes en un espacio relativamente reducido.

Hay en Costa de Marfil una sociedad de personas diplomadas, con frecuencia diplomadas en Europa o en Canadá o en Estados Unidos, que viajan con frecuencia a Europa, que tienen parientes próximos trabajando o estudiando en Europa, que ven todos los días canales de televisión europeos.

Y hay, sobre todo en el campo, pero también en los barrios populares de Abidján, personas que no hablan el francés, que no saben leer ni escribir, que se interesan muy poco o nada a las noticias del extranjero. Entre esos dos extremos, se da toda la gama de niveles y de matices.

En cuanto a los niveles de vida, las diferencias son enormes. Esto supone una actitud muy diferente frente a la enfermedad: hay personas que van a Europa para una operación cualquiera, y otras que pueden dejarse morir por no tener 10 euros para tratarse: para éstos, la enfermedad es una fatalidad que se acepta con resignación y fatalismo. En Walé sabemos bastante de esto; la sensibilización es importantísima; y la esperanza: para muchas enfermedades puede haber soluciones, vale la pena intentarlo.

En el caso del covid, la diferencia es más importante, a favor de los más desfavorecidos: los casos de enfermedad y fallecimiento se dan entre personas de clases altas y medias-altas. En el campo y en los barrios populares de las ciudades, no se conocen casos: probablemente porque no los hay, pero si aparece alguno, es poco probable que sea diagnosticado. La proporción de casos detectados pero asintomáticos, o de enfermos que han podido curarse en un par de semanas en confinamiento pero sin hospitalización es bastante elevada.

A partir de enero pasado, el número de casos de contagiados y de fallecidos ha aumentado mucho… pero siempre muy por debajo de lo que pasa en Europa: 200 o 300 contagiados en un día, muy pocos fallecidos (uno o dos, no todos los días). En general, los contagios se dan en las clases medias-altas. Una de las causas puede ser los parientes que han venido de Europa a pasar las fiestas de Navidad y de fin de año.

Ante este recrudecimiento, la gente de clase media-alta empieza a tener miedo y el Gobierno ha vuelto a insistir en las medidas obligatorias de prudencia (mascarillas, distancias, etc.) que se habían ido relajando. Pero siempre con las mismas diferencias: en los barrios residenciales y en los bancos y otras oficinas, en los supermercados, la gente va con mascarilla. En los mercados y en los barrios populares y en los pueblos (y no digamos en el campo), no se ve a nadie enmascarado.

En cambio, esa fracción importante de la sociedad, que tiene pocos medios, es víctima indirecta del covid, casi sin saberlo:

  1. Bajan las exportaciones: los países con mayor índice de desarrollo humano compran menos de casi todo. En el caso de la Costa de Marfil, la cosa es especialmente grave por lo que se refiere al cacao.
  2. Aumenta el paro: las medidas de seguridad en los bares, restaurantes, etc., suponen una disminución importante de frutas y legumbres cultivadas en el campo. Y un aumento del paro. Un aumento difícil de evaluar, porque afecta sobre todo a trabajadores no declarados. Esos trabajadores, lógicamente, no tienen ningún tipo de subsidio de desempleo. Ni tienen ahorros.
  3. Suben los precios: las medidas de seguridad en los transportes han provocado el aumento del precio de los desplazamientos.

Todo esto es vivido en las clases populares y en el campo con resignación , y hasta con cierta dosis de humor.

En Walé, hemos puesto en marcha un sistema para ir a ver a domicilio a los pacientes crónicos que viven en las aldeas y tienen dificultades para desplazarse. Los enfermos de VIH, por ejemplo, necesitan los antirretrovirales; una interrupción en el tratamiento puede tener consecuencias graves e irreversibles; lo mismo se puede decir de los bebés nacidos de madres seropositivas, a los que Walé suministra la leche en polvo adecuada: una interrupción en el suministro llevará a la madre a amamantar a su hijo, y a transmitirle el sida. Parecido para los enfermos de hipertensión o diabetes y para los niños que sufren un estado de malnutrición severa.

Las escuelas siguen abiertas y, por ahora, nadie piensa en cerrarlas. De vacunas, por otro lado, por ahora se habla poco. Supongo que tardarán en llegar. Y, por otra parte, los rumores sobre las supuestas conspiraciones ligadas a las vacunas, circulan.

Pienso que entre la lentitud de la propagación de la enfermedad, la escasa o nula incidencia en el campo, las dificultades de las empresas farmacéuticas para cumplir sus compromisos de suministro de vacunas a los países ricos y la mejora de las estrategias terapéuticas que se van experimentando en Europa para tratar a los enfermos, llegaremos en el futuro a una fase de control de la enfermedad sin haber pasado por la etapa de vacunaciones masivas.»

Por todo lo que cuenta Manuel Lago, este 2021 reforzamos nuestros proyectos en África de malaria, diabetes o VIH, porque es fundamental mirar más allá del covid-19 y trabajar en paralelo.

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